Organización de las Naciones Unidas y la ayuda de la policía militar estadounidense. Presionado por todos lados, el Presidente reaccionó quitando el mando al Ejército con una brusquedad innecesaria. El 15 de enero de este año el comisionado de la Secretaría de Seguridad Pública, Facundo Rosas, declaró que el mando y la coordinación de la presencia federal en Chihuahua pasaban a la Policía Federal.
La reacción de la Secretaría de la Defensa Nacional ha sido hermética pero reveladora. El honor castrense ha sido maltratado y un indicador de los humores al interior de las Fuerzas Armadas se advierte en una columna de Javier Ibarrola, analista con buena información sobre lo que se piensa y dice en los cuarteles: "La actitud dubitativa de Felipe Calderón ante el uso y a veces abuso de las fuerzas armadas en el combate al narcotráfico, lo ha llevado o lo han llevado, a jugar a los soldaditos: una vez los pone en un extremo, otra los lleva a la orilla de la mesa y otra, la mayoría, les da atole con el dedo, poniéndolos además en el banquillo de los acusados" ("Su Ejército Mexicano", Milenio, 20 de enero de 2010).
Ciudad Juárez confirma que Calderón lanzó al Ejército sin contar con una estrategia integral. Creyó que con el clarín y el fusil de asalto bastaba para recuperar el enclave juarense que está dentro del territorio, pero escapa al control estatal. A ese deterioro contribuyeron diversas fuerzas.
En un principio fueron las maquiladoras. Al inicio de los años sesenta, México creó un régimen especial para que en la frontera se instalaran empresas de ensamble y exportación. El éxito fue espectacular pero los costos sociales fueron enormes. La prosperidad se basó en una mano de obra barata y mayoritariamente femenina cuyos derechos laborales han sido siempre violados utilizando la perversidad de los contratos de protección firmados por líderes sindicales corruptos. Las mujeres se apoderaron del ejercicio de su sexualidad, pero como el machismo preservó su esencia creció el número de madres solteras (el promedio es superior a las tasas nacionales).
Lo anterior se enganchó con una realidad geopolítica. Por su localización, Ciudad Juárez se convirtió en el lugar de destino de millones de personas y miles de toneladas de drogas decididas a alcanzar o alimentar los sueños americanos. La situación se complicó cuando, en los años noventa, Estados Unidos decidió cerrar lo que había sido una "frontera abierta".
La impunidad y corrupción gubernamentales amamantaron el narcotráfico, la extorsión y los secuestros, las redes de prostitución y el comercio sexual de menores. En Chihuahua la alternancia política no sirvió de nada. El PRI y el PAN se han sucedido en el gobierno y el deterioro continúa porque no cambian las causas profundas. Un asunto que condensa el calvario de la ciudad y el fracaso oficial es el fallo del 10 de diciembre de 2009 de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH); el Estado mexicano fue encontrado culpable por omisiones e ineficiencias en la localización y castigo de los asesinos de tres
Jovencitas juarenses (el caso del campo algodonero). Felipe Calderón pensó que bastaba con "aventar" al Ejército al asfalto y a los terregales juarenses. Ahora lo retira sin hacer un balance, sin dar explicaciones, sin anunciar el plan integral de combate a las drogas y seguimos esperando. Juárez es el Waterloo mesoamericano que deja al desnudo las limitaciones de un Presidente y un país. Con información de Reforma, El Universal, Excélsior, Milenio, El Diario, El Norte de Juárez y Wall Street Journal. Agradezco las sugerencias del doctor Raúl Benítez Manaut y el respaldo de Rodrigo Peña González.
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